Otro Ejemplo: algo te empuja a dirigir. Y llega un momento en que lo disfrutás.
Richard Branson , fundador del grupo empresario inglés Virgin, cuenta en una biografía que el motor principal de su fuerza emprendedora ha sido siempre la diversión, el entretenimiento que le producía emprender. Con todos sus riesgos. Mientras sus socios sentían el vértigo de ir más allá de los primeros beneficios seguros en determinados proyectos, de arriesgar, él sentía que, de no hacerlo, perdía el interés. Y se metía en nuevas aventuras empresariales.
Moraleja: se requiere un impulso mayor al miedo para dirigir. Es importante aprender a disfrutar su ejercicio, para no sentirse un mártir tomando decisiones y ejerciendo el poder. Es lo que el autor de “Padre Rico, Padre Pobre” llama ambición[1], o Gordon Gekko en Wall Street llama codicia. Llamémoslo, junto con los filósofos clásicos, fortaleza, o simplemente entusiasmo optimista.
Otro ejemplo. Steve Jobs es echado de su propia empresa (Apple, la de las primeras PCs), y decide crear otra. Mientras aparecen nuevas oportunidades, como Pixar [2] o la nueva oportunidad en Apple[3].
Uno más cercano es el caso de Cecilia, una joven de menos de treinta años cuyo padre fallece y debe hacer frente a una empresa, en un país distinto del suyo. Porque es la única de la familia que se anima a hacerlo, dedica dos años de su vida a tomar decisiones y definir el futuro de la empresa. O el caso de María, quien pierde su empleo y sus ahorros en una de las tantas devaluaciones en Argentina, y decide emprender su propia empresa, alentada por su marido. Descubre su capacidad de diseñar y fabricar artículos de moda de la pura necesidad de hacerlo. La empresa debió trasladarse a su casa en otra de las sucesivas crisis, hasta que consolida su marca y toda su familia comienza a trabajar en el emprendimiento (su marido dejó su empleo anterior para ocuparse de la dirección comercial). Todo alrededor de la empresa gira hoy en torno a los diseños de su creadora, que nunca deja (como si una fuerza mayor se lo impidiera) de supervisar de cerca la fabricación que lleva su marca.
Se ve que no siempre son el carisma y el liderazgo los que impulsan, que no es tarea exclusiva de personas inmaculadas e intachables el lanzarse al ruedo. El paradigma de la persona de intuición y creatividad infinitas, o de una capacidad de trabajo descomunal pueden ser sin duda buenos indicios de tener vocación directiva. Pero se requiere, al menos, una actitud personal, que tiene mucho de decisión profesional determinante, vinculante, de largo plazo, y que no queda sólo en el placer personal de saber que se está a cargo, de contarlo a parientes y amigos, de lucirlo en una reunión o de decidir de un día para otro que uno se cansó. La cosa va más en serio...
Idea propuesta: Cuando hay vocación directiva, estamos en un camino de no retorno: una vez que se gustó, no se quiere otro trabajo. Lo que te empuja a dirigir no venía quizás de una iniciativa de dentro de vos, sino de fuera. Pero llega un momento en que ya no te pesa tanto. Y te gusta hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario